Por Sara Más
Fuente: SEMlac
Marzo de 2010
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Una alerta noticiosa en algún buscador de Internet, con la palabra “mujer”, devuelve en segundos un amplio listado de informaciones de todo tipo, y una buena parte de ellas aluden a rostros, fotos y titulares de mujeres asesinadas.
El silencio se ha roto: los medios hablan de violencia contra la mujer, cada vez aparecen más casos. La búsqueda, a golpe de vista, deja una realidad que existe, indudablemente, pero también una que se construye a diario desde los medios, las imágenes, los textos, cierta intención y los titulares reiterativos; que se ayuda a fabricar y naturalizar en noticias armadas bajo las premuras de las entregas y urgencias de las redacciones, bajo las pautas en uso y las concesiones que se deslizan en las rutinas productivas.
Esas mujeres que mueren en portadas de revistas y espacios --breves o amplios--, de diversos medios, casi siempre lo hacen a manos de sus esposos o ex compañeros y no pocas veces son mostradas como culpables, en cierto modo, de sus propias muertes. Los celos, los motivos y dramas pasionales, los bajos instintos, el crimen por amor, las armas que se utilizan, la presentación misma de los hechos parecieran que nos muestran lo que está pasando, en todo su dramatismo, cuando en verdad se olvida, o no se nos dice directamente algo aparentemente claro: esa mujer no debió morir.
La periodista mexicana Sara Lovera, fundadora de varios medios de comunicación y activa profesora, acaba de dictar un módulo titulado “¿Cómo estar en los medios sin perdernos?”, que hizo parte de un curso on line de la alinaza entre SEMlac, Isis Internacional y Radio Internacional Feminista para enfrentar los temas de violencia en los medios.
Lovera advierte que en notas y reportajes se sigue observando escasa reflexión, no se contrastan fuentes, versiones, ni se exponen testimonios, como tampoco se investigan causas y circunstancias. En ese camino se pierden matices y claridad “acerca de que no todos los casos son iguales y que lo que se conoce como violencia de género es la consecuencia final y no el punto de partida”.
La comunicadora agrega que tampoco se evaden los lugares comunes, algo muy visible en los titulares informativos que, con frecuencia, caen en frivolidades y justifican la violencia, unas veces debido a las prácticas y rutinas productivas; otras, en el afán de conquistar las audiencias, para “llamar la atención sobre los aspectos más dramáticos”, lo que “puede aumentar la falta de respeto hacia las víctimas”.
La periodista, de larga experiencia en el periodismo y el feminismo, hace varias sugerencias, como insistir en el aspecto estructural de la violencia. “Los violadores no son ‘locos’ ni actúan movidos por celos o pasiones amorosas. Quien maltrata, e incluso llega a matar a una mujer, es un presunto asesino u homicida”, asegura. “Su accionar no es una patología aislada, sino expresión del ejercicio del poder”, dice Lovera y recomienda no calificar a maltratadores o violadores, a quienes, al no poder responder por sus actos, se les tiende a restar culpabilidad.
Alerta, además, sobre la importancia de no considerar los hechos aisladamente y sí enmarcarlos en un dilema más amplio: “la violencia hacia las mujeres o violencia de género viola los derechos humanos de estas; es fruto de relaciones asimétricas, atraviesa concepción y estructuras, inhibe el desarrollo de un país, es un problema público aunque se manifiesta en el ámbito privado, tiene grados de invisibilidad y tolerancia, es un problema de legislación, de salud y debe erradicarse”.
Finalmente, aconseja, en cada caso, profundizar en las circunstancias que rodean los hechos, los antecedentes policiales o judiciales, el cumplimiento o no de las medidas adoptadas y alertar sobre los posibles riesgos a que están expuestas las mujeres.
Este tema de cómo los medios perpetúan y naturalizan, desde la práctica cotidiana, todas las manifestaciones de la violencia, particularmente contra la mujer, sigue estando en las agendas de los encuentros de periodistas y comunicadoras que, con una perspectiva de género, trabajan por cambiar la mirada y la imagen que los medios nos devuelven.
Esta vez ha vuelto a ser de interés especial durante el III Encuentro Internacional de la Red de Periodistas con Visión de Género, que tuvo lugar en Bogotá, del 27 al 29 de noviembre último.
Aunque se han sistematizado instrumentos diversos y de gran utilidad, todavía el tratamiento de estos temas en los medios deja mucho que desear, coincidieron ponentes y participantes. De ahí que la socialización de estas herramientas y la capacitación de periodistas y profesionales de la comunicación se reitere como necesidad imperiosa. En la lista podrían mencionarse varios cursos o manuales útiles, recursos disponibles entre los cuales pueden consultarse el Decálogo para el tratamiento periodístico de la violencia contra la mujer, de la red PAR de Argentina, o uno tan amplio y actual como “Noticias que salvan vidas”, el manual periodístico para el tratamiento de la violencia de género de Amnistía Internacional, disponibles junto a otros en la sección Herramientas de cobertura, en la página web de la red (http://periodistasdegenero.
Participantes en el panel sobre estrategias de comunicación para la prevención e información sobre feminicidio, en la cita de Bogotá, partimos de reconocer que, desde nuestros espacios en los medios, jugamos un papel fundamental como aliadas/os de las mujeres y las organizaciones, frente al feminicidio, que es la muerte de las mujeres por el solo hecho de serlo, y también el conjunto de acciones violentas contra las mujeres, aunque no terminen en la muerte.
Una de las ponentes de la mesa, la jurista colombiana Elizabeth Castillo, autora de la investigación Feminicidio: mujeres que mueren por violencia intrafamiliar en Colombia, reconoce en su investigación que, fuera de los ámbitos donde el tema es más conocido y discutido, “hablar de una categoría de identificación especial para las muertes de mujeres puede causar el mismo escozor que genera la solicitud del lenguaje incluyente”. Y explica algo que es importante tener en cuenta: “El concepto de homicidio no basta para definir las muertes de mujeres en circunstancias específicas o, mejor, las circunstancias específicas que enfrentan muchas mujeres antes de morir o al momento de sus muertes”.
Y ese es un primer desafío: ver el tema de la violencia no solo en función de los fallecimientos, sino denunciar esos hechos y lo que hay detrás: la relación de dominio que los sustentan, las verdaderas causas que los provocan. Al posicionar el tema en las agendas de comunicación y de los medios, como espacio clave de denuncia, hay que volverlo a explicar: no se trata de asesinatos pasionales ni debido a los celos o la lujuria. Es la expresión extrema de la fuerza patriarcal, por el abuso de poder. El último peldaño de una agresión continuada.
Asistentes al encuentro de Bogotá, la gran mayoría mujeres, partieron de un rápido diagnóstico según el cual en los medios non están las voces de esas mujeres que día a día son víctimas de la violencia y el abuso sexual, pero tampoco aparece los responsables de esos actos, por lo que el tema termina siendo tratado como una sumatoria de casos aislados y no como un problema social, cuya magnitud se acrecienta. También faltan las fuentes expertas, como académicas, investigadoras e instituciones que trabajan el tema, que podrían aportarle profundidad y claridad al análisis.
Los medios son una vía para ayudar a determinar quiénes son los aliados y quiénes los responsables, insistieron las participantes en el encuentro recién concluido en Bogotá, como también para recomendar y orientar dónde encontrar ayuda. Son un espacio para narrar y denunciar los hechos y, a la vez, visibilizar quién y cómo debe garantizar los derechos de las mujeres. Son clave para exigir y lograr justicia de los procuradores y administradores de justicia, ante la presencia de un sistema fallido.
Así, tienen el deber de documentar los asesinatos de mujeres más allá del número acumulativo y la reiteración de los hechos, para indagar en los motivos, profundizar en las circunstancias en que estos hechos ocurren, desnaturalizar la violencia. En una frase: cambiar la nota coyuntural por el reportaje a profundidad y reflexivo.
En ese camino, se impone involucrar a los actores que están al margen o rezagados y que pueden contribuir al cambio; sacar a la luz las condiciones de inequidad que subyacen detrás de la violencia; denunciar la permisibilidad del Estado, por acción u omisión, así como su incapacidad para garantizar la seguridad de las mujeres. Todos temas que quedan silenciados en las notas informativas y las crónicas que más abundan.
Las recomendaciones fueron muchas: desde sacar a luz la información documentada para hacer frente al discurso político, hasta mantener el tema como permanente y también impulsar campañas en días clave y momentos coyunturales.
También volver la mirada hacia los agresores, que muchas veces quedan fuera del foco de las cámaras y los análisis de los reportes, y también del alcance de la justicia y las penas que merecen. Informar sobre su estatus legal, darle seguimiento a los hechos, se convierte entonces una nueva forma de abordar estos hechos.
Los medios pueden contribuir positivamente a cambiar imaginarios, a entender la violencia como un asunto de derechos humanos y también como un obstáculo para el desarrollo; hacer visible la línea continua de violencias que anteceden y acompañan al feminicidio como epílogo de una larga y dolorosa historia de maltratos, subestimación y subordinación; sacar a la luz los casos en proceso judicial, en prisión, así como las historias de vida que revelen qué es lo que pasa con las mujeres.
Ir más allá. Investigar otros factores invisibles relacionados con la violencia, como el suicidio o los nexos con el crimen organizado y la narco actividad. Seguir rompiendo el silencio a favor de las mujeres. Ofrecer, frente a la banalización, la versión real y verdadera.
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