divendres, 3 d’octubre del 2008

Material de Mirta R Calderón: El silencio habla

EL SILENCIO HABLA
Por Mirta Rodríguez Calderón

Octavio Paz, ese mexicano que hizo tanto por la valoración del lenguaje en su obra literaria toda y en su celebérrimo ensayo Nuestra Lengua, al desplazarse por el análisis de los significados no explícitos identificó la esencia misma de la semántica: “cada palabra – escribió– al mismo tiempo dice y calla algo”.

El recordatorio viene al caso por los cada vez más frecuentes comentarios y expresiones de dudas sobre los porqués es necesario mencionar a niños y niñas, hombres y mujeres, o feminizar las profesiones y algunos otros nominativos. Hay quienes se aferran a la idea de que reconocer y mencionar la existencia de unos y otras carece de sentido por cuanto toda la vida se ha dicho Hombre para mencionar a la especie humana; o que el lenguaje es síntesis y con esto – sobre todo en la prosa periodística – se alarga el texto.


La verdad es otra, sin embargo.


Lo que no se nombra no es, no está. De ahí esa frase tan conocida y utilizada de “esto no tiene nombre” para significar un algo excepcional, tan fuera de lo que debería ser, que agota los alcances del lenguaje y lo rebasa.

Cuestionamientos tangenciales se expresan cuando se habla de perspectiva o enfoque de género para significar la urgencia de promover la equidad entre hombres y mujeres a partir de “descubrir y comprender bien la esencia de un asunto para resolverlo con acierto” , que es como se define la palabra enfoque en su segunda acepción. Mientras que perspectiva significa representar los

objetos en una superficie tal y como aparecen a la vista”. Son los sentidos figurados de estas palabras los que se aplican al reclamo de abolir las discriminaciones tan presentes en el lenguaje cotidiano y en la redacción periodística: comprender la esencia de un lado y representar a mujeres y hombres conequidad.

Sabido es que el sexo es la ubicación fisiológica e inmutable de las personas en varones o hembras, mientras que el género es el conjunto de comportamientos y cualidades que la sociedad demanda y espera de unos u otras para hacer que las personas se adscriban y respondan a los paradigmas de lo masculino o lo femenino, cuyo cumplimiento no pocas veces violenta las individualidades. Así “los hombres no lloran”, “las mujeres no juegan pelota”, “los hombres no tienen miedo”, “las mujeres son dóciles y tiernas”.

Es imprescindible que lo que debe ser nombrado en femenino se escriba y se mencione como tal; y que empleemos adjetivos y pronombres que nos incluyan a las mujeres, o hagamos terminar en a palabras de uso común, como miembra, notaria, odontóloga y otras muchas, sin excluir el vocablo Generala que le costó a la alta oficial Daisy Liriano muchas discusiones antes de conseguir que se le reconociera como tal, en femenino. Claro que la palabra no figuraba en el vocabulario colectivo. Si ninguna mujer había llegado a ese rango para qué iba a existir la palabra. La lengua es un instrumento vivo .
Y esto es así no obstante la oposición “teórica”, los alegatos de cacofonía o aburrimiento, el argumento de lo repetitivo, y cualesquiera otras opiniones que puedan colocarse alrededor del tema.

“El lenguaje no es neutral ni está desgajado del contexto sociocultural en que se produce y transmite. Su rol en la creación, legitimación y mantenimiento de relaciones de desigualdad es fundamental en la medida en que es un instrumento poderoso en la construcción de los significados sociales, incluyendo las significaciones de género, las que juegan un papel decisivo en las prácticas sociales” 1

Un ejemplo al canto: quienes impusieron al Museo del Hombre esa nominación quizás pensaron en Hombre como el genérico que ellos supusieron que incluía a la mujer. Pero la realidad es otra. El considerar Hombre a toda la humanidad es expresión de un criterio de superioridad en todos sentidos opresivo y dominante, reflejos de una cultura que norma, mediatiza, condiciona y confiere o niega el poder con que el lenguaje impregna a todas las cosas 2 .

La palabra, en suma, valoriza o deprecia: ese es el caso.

Cuando las mujeres somos ignoradas en el lenguaje o subsumidas en los apelativos masculinos, quedamos no sólo invisibilizadas – lo cual es de por sí bien injusto – sino también desvalorizadas.

Y como se trata de condicionamientos culturales, no importa si son hombres o mujeres quienes califican y nombran: todos compartimos los mismos patrones y el mismo acervo discriminatorio y machista.

Aludiendo al tema de cómo las mujeres estamos sin estar y, si existimos ¡no importa!, la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, ha escrito esto:

“...Millones de mujeres del siglo XX han pasado por las aulas, arribado a la era de Gutemberg, la tecnología y las profesiones y, en su inmensa mayoría, no aprendieron teorías, acciones ni hechos históricos vividos por mujeres. Ni una idea reivindicativa de género fue estudiada en sus libros de texto ni anotada en sus cuadernos. Los exámenes y las evaluaciones no muestran qué saben acerca de su historia y de sus ancestras, ni de su propia existencia y ubicación en el mundo, de las precauciones mínimas para evitar experiencias dañinas o de sus derechos como mujeres. Han ido a la escuela, espacio emancipador e iluminador, a reafirmar desde el saber y la razón científicas que las mujeres no existen. Y que, si existen, no importan...”3

Resulta por eso de la mayor importancia en términos del encaje de nuestra educación en los afluentes actuales del avance social, que los meandros educativos se abstengan del “mantenimiento de los hombres al margen de la acción de género[que] ya se ha convertido, en muchos lugares, en un elemento sustantivo de esa situación de estancamiento en el avance real hacia la equidad de géneros.

En el fondo, el nuevo paradigma de Democracia de Género significa un acercamiento entre los fines y los medios. Si el fin consiste en conseguir la corresponsabilidad de mujeres y hombres en los espacios públicos y privados, (siempre nutriéndose de la diversidad que ello supone); el medio consiste en crear las condiciones para que el propio avance hacia la equidad de género sea también cada vez más una corresponsabilidad de mujeres y hombres... Significa que las acciones y las políticas para la equidad de género dejen de dirigirse sólo a las mujeres para enfocarse también en los hombres y, sobre todo a las relaciones entre los géneros” 4

De esto se trata

Y puesto que el mundo se piensa en palabras y la palabra atrapa, modifica y da voz a universos conceptuales; promueve conductas; suscita emociones; y genera dinámicas de cambio, el reforzamiento de esta mirada inclusiva de la equidad y del reconocimiento de las diversidades en el currículo de Lengua Española tiene afanes históricos por delante, no para subvertir la historia pasada sino para revalorizarla en el quehacer lingüístico del estudiantado, del magisterio, de las comunidades y de la nación, urgida de reconocer y reconocerse en las diversidades de su pueblo.

Las dominicanas y los dominicanos crecerán y serán más felices si la equidad de géneros es su brújula y su fragua.



El elemento que nos da historia

El lenguaje nos da el sentimiento y la conciencia de pertenecer a una comunidad. El espacio se ensancha y el tiempo se alarga: estamos unidos por la lengua a una tierra y a un tiempo. Somos una historia.

Octavio Paz 5

El lenguaje nombra al mundo, encauza el pensamiento y otorga a las situaciones todas sus significados más específicos. La palabra es la “envoltura” del talento y de la realidad aunque no la determine. El pensamiento toma su forma en las palabras como el agua en la vasija, al decir de Ramón del Valle Inclán.

Se piensa con palabras: habla mejor quien piensa mejor 6.

Las palabras tienen significados y tienen poder. Tener la palabra significa tener poder: en la casa, en una asamblea, en la conversación interpersonal y, desde luego, en el discurso público . Las palabras tienen capacidad para valorizar y desvalorizar , para generar equidades o sembrar discriminaciones.

Así, la palabra que se enseña y la forma en que se la coloca en el intelecto del estudiantado, van a influir de modo sustantivo en los valores, las conductas y la aprehensión del mundo de cada persona .

Serán la escuela, el currículo, los programas de Lengua Española, los que harán al colectivo estudiantil – según grado y nivel – portadores conscientes del sistema de señales que lo hizo humano o humana, que lo construye socialmente hablando, y lo ubica en una realidad que conforma su identidad y constituye su historia., a partir del conocimiento primigenio de la lengua madre con que se accede a la enseñanza formal.

La lengua española confiere a los y las hispanohablantes la certidumbre de ser partes de un todo, del árbol inmenso del que nos habló Octavio Paz, “con un follaje rico y variado, bajo el que verdean y florecen muchas ramas y ramajes. Cada uno de nosotros, los que hablamos español, es una hoja de ese árbol. ¿Pero realmente hablamos nuestra lengua? Más exacto sería decir que ella habla a través de nosotros. Los que hoy hablamos castellano somos una palpitación en el fluir milenario de nuestra lengua”.

Utilizar la palabra para decir lo que queremos y hacerla vectora de nuestros derechos, significa multiplicar sabidurías, potenciar capacidades, activar inteligencias, promover un universo democrático, inclusivo, que ofrezca espacios a los protagonismos de hombres y de mujeres. Usarla con perspectiva de género equivale, también, a poner el mundo al derecho, a generar dinámicas de cambios que “miren” y “destaquen” a esa parte de la población frecuentemente ignorada u omitida, quienes – a pesar de ser la mitad y, además, las mamás del todo – no suelen ser las voces primeras en la cotidianidad, como tampoco en las tribunas, ni en las asambleas, ni en los partidos, ni en las iglesias.

En el lindero de debates esenciales sobre la importancia y las singularidades del currículo de esta materia, donde hallan escenarios múltiples tanto el currículo oculto como el currículo evadido, hace falta despejar esa escaramuza de quienes le hacen resistencia a nombrar a las niñas y a las mujeres por su apelativo común.

Lo que no se nombra no es, no está. De ahí esa frase tan conocida y utilizada de “esto no tiene nombre” para significar un algo excepcional, tan fuera de lo que debería ser que agota los alcances del lenguaje y lo rebasa.

Es imprescindible que lo que debe ser nombrado en femenino se escriba y se mencione como tal; y que empleemos adjetivos y pronombres que nos incluyan a las mujeres, o hagamos terminar en a palabras de uso común, como miembra, notaria, odontóloga y otras muchas, sin excluir el vocablo Generala que le costó a la alta oficial Daisy Liriano muchas discusiones antes de conseguir que se le reconociera como tal, en femenino. Claro que la palabra no figuraba en el vocabulario colectivo. Si ninguna mujer había llegado a ese rango para qué iba a existir la palabra. La lengua es un instrumento vivo .

Y esto es así no obstante la oposición “teórica”, los alegatos de cacofonía o aburrimiento, el argumento de lo repetitivo, y cualesquiera otras opiniones que puedan colocarse alrededor del tema .

“El lenguaje no es neutral ni está desgajado del contexto sociocultural en que se produce y transmite. Su rol en la creación, legitimación y mantenimiento de relaciones de desigualdad es fundamental en la medida en que es un instrumento poderoso en la construcción de los significados sociales, incluyendo las significaciones de género, las que juegan un papel decisivo en las prácticas sociales” 7

Un ejemplo al canto: quienes impusieron al Museo del Hombre esa nominación quizás pensaron en Hombre como el genérico que ellos supusieron que incluía a la mujer. Pero la realidad es otra. El considerar Hombre a toda la humanidad es expresión de un criterio de superioridad en todos sentidos opresivo y dominante, reflejos de una cultura que norma, mediatiza, condiciona y confiere o niega el poder con que el lenguaje impregna a todas las cosas 8 .

La palabra, en suma, valoriza o deprecia: ese es el caso.

Cuando las mujeres somos ignoradas en el lenguaje o subsumidas en los apelativos masculinos, quedamos no sólo invisibilizadas – lo cual es de por sí bien injusto – sino también desvalorizadas.

Y como se trata de condicionamientos culturales, no importa si son hombres o mujeres quienes califican y nombran: todos compartimos los mismos patrones y el mismo acervo discriminatorio y machista.

Aludiendo al tema de cómo las mujeres estamos sin estar y, si existimos ¡no importa!, la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, ha escrito esto:

“...Millones de mujeres del siglo XX han pasado por las aulas, arribado a la era de Gutemberg, la tecnología y las profesiones y, en su inmensa mayoría, no aprendieron teorías, acciones ni hechos históricos vividos por mujeres. Ni una idea reivindicativa de género fue estudiada en sus libros de texto ni anotada en sus cuadernos. Los exámenes y las evaluaciones no muestran qué saben acerca de su historia y de sus ancestras, ni de su propia existencia y ubicación en el mundo, de las precauciones mínimas para evitar experiencias dañinas o de sus derechos como mujeres. Han ido a la escuela, espacio emancipador e iluminador, a reafirmar desde el saber y la razón científicas que las mujeres no existen. Y que, si existen, no importan...”9

Avances hay, no obstante, en la educación dominicana aunque los referentes sean todavía escasos. Gineida Castillo lo constató en su “Diagnóstico de Género en la Reforma y modernización del sistema educativo” cuando tres maestras le refieren cambios y una de ellas en particular, singulariza : “ Anteriormente el lenguaje iba dirigido al varón en forma abarcadora para la niña, ahora se habla de alumnos y alumnas, niños y niñas”

En resumen: “El lenguaje sexista es un instrumento de discriminación en sí mismo que actúa contribuyendo a enmascarar la discriminación que produce y la propia realidad discriminatoria subyacente...”10

En otras palabras : no da lo mismo llamar niños a las niñas.


1 Contenidos Básicos Curriculares, EDUC-Mujer , folleto, 1994

2 Mirta Rodríguez Calderón : “El mundo se piensa en palabras”, artículo, revista Mujer Única, febrero 2002

3 Marcela Lagarde: Fragmento del artículo: Creencias y prejuicios de la modernidad. En Éticas

para el tercer milenio . Fempress, agosto 1998)

4 Ibidem págs. 17 y 18

5 Discurso ante el I Congreso Internacional de la Lengua Española , 7 al 11 de abril 1997.Ciudad de México (cilesp@correo.sep.gob.mx)

6 Rodríguez Calderón, Mirta. Hablar sobre el Hablar. Ed. Ciencias Sociales, La Habana 1985. Entrevista al neurofisiólogo doctor Diego González Martín, pág. 49 y siguientes.

7 Contenidos Básicos Curriculares, EDUC-Mujer , folleto, 1994

8 Mirta Rodríguez Calderón : “El mundo se piensa en palabras”, artículo, revista Mujer Única, febrero 2002

9 Marcela Lagarde: Fragmento del artículo: Creencias y prejuicios de la modernidad. En Éticas

para el tercer milenio . Fempress, agosto 1998)

10 Obra citada en 12